viernes, 5 de junio de 2015

Caravana (13) Finales de junio 1967





      Hace un rato Rick ha venido a anunciarme que esta tarde puedo volver a bajar a escucharles en el sótano. Nos hemos sentado delante de la caravana, sobre una manta extendida en el suelo, y mientras tomábamos café me ha estado contando que andan ocupados con una serie de temas tradicionales de Irlanda y de Escocia, también unos cuantos del enorme repertorio norteamericano -Canadá incluida, puntualiza-, y cómo él flipa metiéndoles el bajo a melodías que a veces tienen varios siglos y sobre las que Dylan va probando arreglos que no siempre a todos les resultan fáciles de seguir. Yo le he dejado hablar, como si no supiera ya gran parte de lo que me cuenta por haber estado escuchándolo a través de las ventanas abiertas del sótano.

      - A veces le apetece probar con la acústica de doce cuerdas, o dejar que Richard maneje la percusión al azar o se ponga con la lap steel, una Rickenbacker que suena de la hostia. Por cierto que, hablando de guitarras, el otro día Bob no se quería creer que tienes una de Salvador Ibáñez, pensaba que era una broma nuestra. Decía que no puede ser una original, que si lo fuera no la llevarías como si tal cosa en esta caravana que la mitad de las veces se queda con la puerta abierta. Y, ¿sabes?, cuando dice cosas como esa yo me quedo pensativo... No me las imagino en su boca hace un par de años. A veces me parece que el tiempo lo está volviendo un poco más desconfiado, no sé...
      - Bueno, si es así él tendrá sus razones, ¿no crees? -digo en un tono entre respetuoso y sonriente-.
     - Sí, supongo... -responde Rick sin mirarme, mientras con una pequeña rama que acaba de arrancarle a un olmo va dibujando algo sobre la tierra húmeda. Un silencio reflexivo nos une durante un buen rato, hasta que de pronto me oigo decir:
      - ¡Tengo una idea! ¿Qué te parece si esta tarde bajo al sótano con la Ibáñez?
      - ¡Cojonudo! -la carcajada de Rick le ilumina la mirada-. ¡Ya verás los caretos que van a poner Dylan y Robbie...! Venga, seguimos después, que ahora tengo que bajar al pueblo a reponer provisiones. Hasta luego.

      Se levanta de un salto y sale corriendo hacia uno de los coches aparcados frente a la casa rosa. Sobre la manta ha dejado la rama de olmo, y ante ella, grabado en la tierra, el dibujo de un barco que transporta un octaedro, un diamante enorme como una ballena.







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