miércoles, 16 de noviembre de 2016

Presente (XVI) – Reliquias de una apuesta (4)




     



  Mi caravana se desplaza casi cincuenta años hacia delante para enlazar el estruendo provocado por aquel portazo de Dylan una noche del verano de Big Pink con el eco de confusión originado por su largo silencio de hace unas semanas tras la concesión del Nobel de Literatura. Aquel ruido y este sigilo lleno de resonancias provocan ahora en mi ánimo secuelas similares como modos antagónicos de elocuencia. Quedan separados por la reverberación y por las décadas, pero fueron contiguos en el desenlace -prologado también por el silencio- de aquella escena de una apuesta bíblica propiciada por un desconocido con voz polvorienta. Esto es lo que recuerdo de ella:

       Tras aceptar el desafío con una respuesta lacónica, Dylan había desaparecido en la casa dejando tras de sí el eco de un gesto airado que suscitó algunos comentarios en voz baja entre los grupos más cercanos a la entrada trasera. Enseguida reapareció ante ella, su figura esculpida en un silencio que retumbó en el aire haciendo enmudecer a todo el mundo. Estrépito, eco y luego nada, capítulos sucesivos en la particular retórica dylaniana -aquella noche de julio del 67 y éstas otras del otoño de 2016-: A veces, el silencio puede ser como el trueno.
 
       De pie ante la puerta, sus ojos mudos me buscaron entre la gente que ya comenzaba a apartarse hacia zonas menos iluminadas. Yo me acerqué con un gesto que imitaba una media sonrisa, los hombros encogidos y las manos abiertas. Él levantó las suyas: en la izquierda llevaba dos trozos de papel, un bolígrafo y un lápiz; en la derecha, una mandolina que dejó apoyada en el marco de la puerta. Su silencio prolongaba un tiempo en el que yo sentí, con un escalofrío, que Dylan estaba mirando a través de mí. La respiración se me entrecortaba, pero conseguí callarme hasta que le escuché decir:

       - Apostemos, Nar. La cita era del Libro de Isaías, en eso estamos de acuerdo, pero me cuesta suponer que conozcas la Biblia mejor que yo, y sobre todo no entiendo por qué tenías que contradecirme ante toda esta gente. ¿Pretendías ganar un aplauso, una medalla, la Super Bowl de la inconveniencia, quizá?

       - No me dedico a coleccionar trofeos. La verdad es que no tenía intención de …

       Dylan me interrumpió, levantando la voz y ladeando la cabeza con gesto desafiante:

       - La ausencia de intención no exime de sus consecuencias, Nar, y ese tío de negro que está junto al fuego ha lanzado un guante que vas a tener que recoger.

       Vino hacia mí y, con gesto brusco, me tendió el bolígrafo y uno de los dos trozos de papel, sin darme opción ni a rehusar ni a elegir.

       - Haremos una apuesta a ciegas. Vamos a escribir lo que queremos del otro en caso de ganar, sin tener en cuenta si habrá o no proporcionalidad en lo elegido. ¿Te queda claro? Nos vemos dentro de un rato.

       Luego se dio la vuelta y se dirigió a la entrada delantera de Big Pink, ante la que había dejado aparcado su coche. Su silueta, al alejarse, volvía a quedar esculpida en silencio. Un trozo de papel enrollado colgaba de su mano izquierda: un edicto todavía en blanco.

      Casi cincuenta años después, mientras escribo estos apuntes ante la caja grande y redonda que acabaría por ser mi trofeo en aquella apuesta, presiento un recuerdo del futuro: otro papel, esta vez orlado con un galardón. Quizá más silencio.









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