jueves, 8 de junio de 2017

Caravana (17) Julio 1967






       La luz del sol espejea en el interior de mi caravana y me va despertando de un sueño de libros y ballenas sobre fondo de piano. Anoche me dormí mirando la caja, sin atreverme a abrirla. Aquí sigue, a mis pies, redonda y cerrada como una pregunta perfecta. Sin llegar a formularla, la respuesta resuena en el interior de mi cabeza: “Has deseado algo cuyo contenido ignoras, Nar”.

       Preparo café y coloco la caja sobre la mesa. Me doy cuenta de que la vacuidad de mi deseo ha concretado su cumplimiento en una amenaza: “Está vivo, y muerde”, me había advertido Dylan. Su rabia al perder la apuesta se asemejaba en algo a mi desconcierto, multiplicado ahora por su eco y por cada uno de los minutos que van transcurriendo sin lograr infundirme el ánimo indispensable para asumir el desenlace.

       Me fumo el sexto cigarro y acaricio la tapa redonda antes de levantarla. Al hacerlo, veo mi imagen reflejada en su espejo interior y, en el vientre circular, una chistera. Negra, usada, boca arriba. “Eres más inocente de lo que pensaba”, me había dicho Dylan. “¿Qué esperabas, idiota?”, añadiría ahora ante la perplejidad muda de mi constatación.

       - ¿Se puede?

       La risueña voz de Rick llamando a la puerta de la caravana viene a sacarme del ensimismamiento. En un acto reflejo, cierro la caja antes de contestar.

      - Pasa.
    - Buenos días, Nar. ¿Te apetece entrar a desayunar con nosotros? Garth ha preparado un montón de cosas para que nos repongamos del resacón. ¡Vaya nochecita, joder!
     - ¡Y que lo digas...! No sé, ya he tomado un par de cafés y no tengo nada de hambre, pero gracias igual por...

       Rick interrumpe mi frase, acercándose con una carcajada.

    - ¡Qué tenemos aquí! ¡La caja de la discordia! Menudo mosqueo se cogió Dylan cuando...
       - ¡No la abras! -me escucho decir con voz despótica.
      - Vale, vale, no te pongas así… Además ya sé lo que contiene esa sombrerera, la he abierto cien veces.
       - ¿Cómo has dicho?
       - Som-bre-re-ra. ¿Por qué pones esa cara?
       - Nada... Había entendido otra cosa. Olvídalo.

      Rick me mira desde muy cerca durante unos segundos, y luego sonríe y saca de uno de los bolsillos de su pantalón una hoja arrugada y partida en dos.

      - Venía también a traerte esto, he pensado que te gustaría tenerlo. Fue un marronazo tener que hacerme cargo de vuestros deseos, ¿sabes? -dice mientras va desplegando los papeles.

      Enseguida reconozco la hoja en la que Dylan había escrito lo que quería recibir de mí en caso de ganar la apuesta. Antes de pensarlo, estoy arrancando sus dos fragmentos de la mano de Rick. Luego los meto en mi caja, que ahora ya tiene un nombre como el de cualquiera: unas cuantas letras en un salvoconducto para el territorio de lo racional, pienso mientras lo despido.

       -Gracias, tío. Y ahora vete, por favor.

       Rick baja la cabeza y, dándome la espalda, dice en voz baja:

      - Me imagino que te jode bastante haber cabreado tanto a Dylan y a lo mejor no poder volver a pisar el sótano, total para ganarle una caja vieja con un sombrero dentro... Bueno, ahora ya la tienes, y además estos papelorios. Léelos y llora, como decimos jugando al póker. Y luego mejor lo tiras todo, lo que ha pasado te seguirá jodiendo igual. Cuando algo duele mucho, Nar, da lo mismo lo que hagas: no hay diferencia.

      Cuando Rick se marcha, cojo la sombrerera y me siento en las escaleras de la caravana colocándola a mi izquierda. Enciendo un cigarro. Luego la abro. Me pongo la chistera, y al final leo esa única palabra que Dylan escribió para concretar su deseo y a la vez aplacar su furia. Seis letras, seis cuerdas que estuvo tocando para mí aquí mismo, hace sólo unos días:

Ibanez

 




 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario